La increíble hazaña de Ham.

En enero de 1961, una nave espacial con un chimpancé llamado "el número 65" partió de Cabo Cañaveral. Ham, como se lo bautizó más tarde, estuvo en el espacio durante 16 minutos. Había un aprendido a operar las señales de luces. Poco después, los Estados Unidos pudieron enviar a su primer astronauta al espacio gracias a su misión.

A principios de la década de 1960, las tensiones de la Guerra Fría estaban en su punto más alto y se manifestaban a los ojos del mundo no solo con posicionamientos geopolíticos sino, y de manera mucho más evidente, en dos competencias que no tenían nada que ver con la deportiva: la carrera espacial y la carrera armamentística.

Para Estados Unidos y la Unión Soviética, era un objetivo estratégico lograr la llegada del primer astronauta al espacio, ya que sería una victoria tecnológica y científica sin precedentes que, además, demostraría poder.

La carrera espacial durante la Guerra Fría.

Durante más de diez años, ambas naciones han enviado animales al espacio. El primero fue Alberto I, un macaco que la NASA lanzó el 11 de junio de 1948 y perdió la vida. Después de él, le siguieron otros monos, ratones, conejos y perros.

De ese momento en adelante, el animal astronauta cuyo nombre todavía se recuerda es Laika, una perrita de calle que los soviéticos lanzaron en la cápsula Sputnik II en 1957 y falleció pocas después del despegue debido al estrés y las altas temperaturas.

Después de esos ensayos, se llegó a una primera conclusión: un ser vivo podía ser enviado al espacio, sobrevivir allí y traído de regreso a la Tierra en un vehículo adecuado.

La información no era simplemente un detalle menor, sino que también abriría una gran puerta hacia el espacio exterior: si un ser humano era capaz de sobrevivir y regresar sano y salvo, también lo podría hacer un animal.

En las palabras que Neil Armstrong diría al poner sus pies sobre la Luna al final de la década, ese paso anterior también sería un gran salto para la humanidad.

El animal utilizado como prueba.

Sin embargo, era necesario desvelar otro interrogante: qué podría hacer un hombre en condiciones de gravedad cero antes de enviar un hombre al espacio. ¿Podría manejar una nave espacial en esas circunstancias?

No era factible realizar pruebas con animales como ratones, conejos o perros, ni tampoco era posible llevar a cabo una tarea a distancia con un ser humano. La única opción era enviar un animal capacitado para operar los controles.

La decisión no fue complicada: era necesario entrenar y dirigir un chimpancé, un animal cuyo ADN es el más parecido al humano y, a diferencia del resto de los monos, es un homínido y puede aprender y realizar acciones bastante complejas.

El 31 de enero de 1961, hace 63 años, se lanzó al espacio el chimpancé Ham como parte de la misión Mercury.

Número 65.

En ese momento, Ham no tenía ningún nombre, sino que se lo identificaba únicamente por el número 65, que pertenecía a un grupo de chimpancés traídos desde África por la fuerza aérea estadounidense para su entrenamiento en el Holloman Aero Med (HAM). Posteriormente, estas siglas serían el nombre que llevaría en la historia de la conquista espacial.

Ham nació en Camerún en 1957, el mismo año en que la perrita Laika falleció en el espacio. En 1959, llegó a los Estados Unidos junto con otros animales similares para ser examinado y entrenado en el centro de medicina espacial.

Se les enseñó a tirar de una palanca a través de una serie de estímulos producidos por luces y sonidos. Por ejemplo, si se encendía una luz azul, los chimpancés debían tirar de una palanca en los 5 segundos siguientes.

Con el método de premios y castigos, fue un aprendizaje cruel para los chimpancés. Si hacían algo que "ordenaba" la luz o el sonido, como tirar de la palanca, recibirían una banana como recompensa. Sin embargo, si se equivocaban, recibirían una descarga eléctrica en sus pies.

Además, fueron sometidos a pruebas de exposición a gravedad cero, lo que también se estaba realizando con los primeros candidatos humanos y astronautas en ese momento.

Durante el entrenamiento, algunos chimpancés respondieron de manera diferente y algunos se desempeñaron mejor que otros. Para fines de diciembre de 1960, el equipo Holloman Aero Med seleccionó a seis individuos, cuatro de ellos varones y dos de ellas mujeres, para ser enviados a la base de lanzamiento de Cabo Cañaveral el 2 de enero de 1961.

El equipo de Cabo Cañaveral no había establecido el nombre del astronauta chimpancé que viajaría al espacio hasta el día del vuelo. La decisión fue tomada a última hora cuando vio que el número 65 se veía "particularmente luchador y de buen humor", según documentos del Smithsonian National Air and Space Museum de Estados Unidos.

Le dieron un desayuno especial con cereales, leche condensada, vitaminas y medio huevo para que se sintiera todavía mejor.

El viaje de Ham.

Quizás el número 65, que todavía no se llamaba Ham, haya guardado en su mente como un chimpancé las sensaciones que experimentó durante su breve viaje espacial.

El vuelo de Ham en la nave "Mercury Redstone" tenía como objetivo alcanzar una altitud de 185 kilómetros y una velocidad de aproximadamente 7.081 kilómetros por hora. Sin embargo, debido a problemas técnicos, la nave alcanzó una velocidad de 9,426 km/h y una velocidad de 253 km/h.

Por lo tanto, voló más rápido y alto de lo esperado. El chimpancé número 65 permaneció en condiciones de gravedad cero durante 16 minutos y medio.
Tampoco se cumplieron los cálculos de la trayectoria como se esperaba. La cápsula cayó al mar, a más de 95 kilómetros del USS Donner, en el Océano Atlántico y el barco debía recogerla. La nave ya contenía un poco de agua salada cuando finalmente lo rescataron.

La experiencia fue todo un éxito a pesar de los inconvenientes. Como le habían enseñado, Ham empujó de la palanca como respuesta al estímulo de la luz, aunque demoró un poco más que en tierra debido a las diferentes condiciones de gravedad.
Se trataba de una prueba fundamental de que los humanos también podrían realizar tareas físicas en el espacio como el chimpancé.

Además, los exámenes realizados al chimpancé número 65 revelaron que había superado con éxito el vuelo y estaba en buenas condiciones de salud, a pesar de su cansancio y su falta de hidratación.

Recién entonces se le dio al mundo el nombre que lo llevaría a la historia: Ham.

Los primeros hombres de la historia.

Aunque el vuelo experimental de Ham representó un logro significativo para los Estados Unidos en su carrera espacial con la Unión Soviética, no logró ganar la competencia para poner al primer hombre en órbita.

El 12 de abril de 1961, la Unión Soviética lanzó al piloto de pruebas Yuri Gagarin al espacio, dos meses después del vuelo del chimpancé.

“¡Allá vamos!”, fue la frase que pronunció antes de despegar a bordo de una nave Vostok desde el cosmódromo ultrasecreto de Baikonur, en la por entonces República Soviética de Kazajistán, a las 9:07 de la mañana, hora de Moscú. El vuelo duró 108 minutos, el tiempo exacto que demoró en completar una órbita alrededor de la Tierra y aterrizar en la estepa rusa.

Por poco tiempo, Estados Unidos quedó atrás de los soviéticos. El 9 de mayo, menos de un mes después del vuelo de Gagarin, envió a su primer astronauta fuera de la Tierra. No obstante, el viaje llevado a cabo por Alan Shepard era considerado suborbital y no podía ser comparado con el realizado por el cosmonauta ruso.
Recién el 20 de febrero de 1962, la NASA logró que John Glenn, un astronauta estadounidense, completara la misión Friendship 7 en órbita terrestre.

Durante ese tiempo, Ham permanecía en Holloman Aero Med, donde se monitoreaba su estado de salud de manera gradual para identificar posibles efectos retardantes de su estancia en el espacio.

Del espacio al mundo animal.
Ham consiguió fama y se convirtió en uno de los símbolos de la cultura popular, fue portada de la revista Life e incluso se hizo una película sobre su historia.

No obstante, esa fama no le permitió vivir una vida mejor que la de otros chimpancés en cautiverio. Después de completar todos sus exámenes, se trasladó al Zoológico Nacional de Washington DC en 1963, donde permaneció en soledad durante 17 años. Después de pasar tres años en el zoológico de Carolina del Norte con otros chimpancés antes de fallecer el 19 de enero de 1983, a los 25 años, bastante joven para ser un chimpancé.

El Museo Nacional Smithsonian del Aire y el Espacio anunció que mostraría su cadáver después de su muerte, lo que provocó una ola de críticas que frustraron la iniciativa.

“Hablando de precedentes espantosos, el de Ham debería ser suficiente para poner nervioso a cualquier veterano espacial cuando piense cómo lo van a tratar después de su muerte”, publicó The Washington Post en una columna sobre el asunto.

El esqueleto de Ham se conserva en el Museo Nacional de Salud y Medicina de Maryland, mientras que el resto de sus despojos están enterrados en el predio del Salón de la Fama del Espacio Internacional de Alamogordo, en Nuevo México.

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Fuente:

FayerWayer, Infobae, Notimex TV, DW Español.