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Fotografía post mortem, una extraña tradición.

En los siglos XIX y XX, se hizo popular la práctica de tomar fotografías de los fallecidos para recordarlos por siempre.

Fotografía post mortem, una extraña tradición.
Imagen ilustrativa.

La muerte está intrínsecamente relacionada con la vida, pero nos resulta difícil dejar a aquellos que se van antes que nosotros y no podemos imaginar el vacío sin sentir miedo. Después de todo, nuestra singularidad en comparación con la mayoría de los demás seres vivos que viven en la Tierra radica en nuestra indudable limitación temporal. El hombre experimentó un cambio cuando comenzó a honrar a sus fallecidos con la intención de no olvidarlos nunca y reunirse con ellos en una vida futura.

El arte, que nos hace humanos y nos diferencia del resto de animales, también contribuyó a recordar a aquellos que fallecieron: durante el Renacimiento, los retratos de fallecidos se denominaban "memento mori" en latín, lo que significa "recuerda que morirás". Los bodegones están en contraposición a lo humano y también nos recuerdan que nada en la Tierra es eterna.

Además, existe la fotografía post-mortem, una práctica que podría sorprendernos en la actualidad: la de tomar fotos a un fallecido reciente.

Desde el siglo XVI, la composición de retratos de muertos, especialmente de religiosos y niños, se generalizó en Europa. Los primeros lo hicieron porque creían que retratarse en vida era una vanidad, y en el caso.

Aunque sabemos que los faraones egipcios se momificaban o que se fabricaban máscaras mortuorias en la Antigua Roma, las fotografías de muertos causan mucho más impacto, posiblemente porque son fallecidos en un momento más cercano a nosotros (el XIX y principios del XX fueron los siglos donde se dio esta práctica), y los consideramos más humanos. De cualquier manera, tuvieron una gran aceptación en Europa y algunas regiones de América Latina.

Los retratos de los fallecidos se realizaban de varias maneras, o bien simulando estar vivo (se fotografiaba con los ojos abiertos), simulando estar dormido (generalmente se realizaba con niños, como si se despertaran de un sueño dulce) o sin simular nada, en el lecho de muerte o en el féretro. Durante el transcurso del tiempo, las prácticas se desarrollaron y algunas llegaron a alcanzar el nivel del fotoperiodismo.

La primera fotografía de este tipo fue tomada en agosto de 1839 por Louis Daguerre, quien inventó el daguerrotipo en París. La fotografía se democratizó al permitir que las familias con menos recursos pudieran inmortalizar sus imágenes, ya que los retratos habían sido tradicionalmente considerados algo exclusivo de los ricos. Por lo tanto, los fotógrafos profesionales comenzaron a ofrecer sus servicios para acudir a domicilios y retratar a las personas que habían mejorado su calidad de vida. Aunque parezca extraño, en realidad se trataba de una manera de que aquellos que seguían viviendo en la Tierra recordaran al fallecido tal y como era.

Acostumbrados a fotografiarnos constantemente, especialmente desde que aparecieron los teléfonos inteligentes, esta práctica puede parecer morbosa y extraña, pero al final y al cabo no era más que un recuerdo que el familiar se permitía atesorar para la posteridad para no olvidar a aquella persona que había sido importante para él en vida.

En aquellos tiempos, la muerte no era considerada un tabú, y los humanos, a pesar de tener una esperanza de vida más corta que en la actualidad, no se engañaban pensando en su inmortalidad, sino que comprendían claramente que desde que llegamos a la Tierra, comenzamos a descomponernos lentamente como seres perecederos que somos. Después de todo, un retrato, una fotografía o un bodegón no son más que un esfuerzo por capturar un momento específico para convertirlo en eterno, tratando de escapar del paso del tiempo y buscar una inmortalidad digna de dioses que aún no se nos ha otorgado.

En aquellos tiempos, la muerte no era considerada un tabú, y los humanos, a pesar de tener una esperanza de vida más corta que en la actualidad, no se engañaban pensando en su inmortalidad, sino que comprendían claramente que desde que llegamos a la Tierra, comenzamos a descomponernos lentamente como seres perecederos que somos. Después de todo, un retrato, una fotografía o un bodegón no son más que un esfuerzo por capturar un momento específico para convertirlo en eterno, tratando de escapar del paso del tiempo y buscar una inmortalidad digna de dioses que aún no se nos ha otorgado.

"Los padres fotografiaban a sus hijos muertos para no olvidar sus rostros".

"Todos nosotros usamos la fotografía para capturar los momentos felices de nuestra vida. Raramente tomamos fotografías de personas que lloran o sufren, y mucho menos cuando están muertas. Sin embargo, esto no ha sido siempre el caso. En el siglo XIX y gran parte del XX, era común tomar fotografías de los fallecidos", expresa Virginia de la Cruz Lichet, Doctora en Historia del Arte y decana de la Facultad de Artes, Letras y Lenguas de Metz, ubicada en la universidad de Lorena en Francia.

Virginia es considerada la mejor experta en fotografía post-mortem en Europa.

"Yo prefiero hablar de fotografía de difuntos cuando se trata de un retrato realizado en el marco del rito funerario, durante el velatorio, en el que las formas de representar a un muerto son totalmente distintas a, por ejemplo, un cadáver asesinado o cualquier otra circunstancia que sería más de noticia, de actualidad o de sucesos".

La fotografía post-mortem aparece con el nacimiento de la propia técnica fotográfica, ya desde 1840. "Incluso antes, en 1839, la Academia francesa ya dice que se estaban haciendo ensayos de daguerrotipos con cadáveres, simplemente porque no se movían y los tiempos de exposición eran largos. Pero lo que es la tradición del retrato aparece muy rápidamente, porque en realidad es una herencia de la pintura y de otro tipo de representaciones artísticas en torno a lo que era captar la identidad del difunto", cuenta De la Cruz Lichet.

Y continúa: "Ahora mismo estamos tan acostumbrados a tener fotografías de las personas en vida, en todas sus etapas de vida, que realizar una fotografía una vez difunto no tiene mucho sentido. Pero en aquella época hay que pensar que la fotografía era algo bastante costoso, que no todo el mundo podía tener una fotografía de sus seres queridos y que, a veces, las familias se endeudaban para hacer una fotografía una vez difunto para no olvidar ese rostro de ese ser querido y tenerlo también en la memoria. Era un culto de memoria". En un principio la fotografía era un símbolo de estatus, llegaba a costar cinco veces el sueldo de una persona normal. Pero, poco a poco, las técnicas se fueron democratizando, hasta dejar de ser algo tan selectivo a partir del siglo XX.

El retrato de los fallecidos tenía múltiples usos: por un lado, se podía enviar fotos cuando las familias estaban separadas y no podían asistir al funeral, se enviaban algunas imágenes. En ocasiones, desempeñaba una tarea algo más reservada, consistente en confirmar el fallecimiento de un miembro de la familia y proceder con la entrega de la herencia. En ocasiones, simplemente como una forma de honrar la memoria para llorar y de manera más privada, personal e íntima. La fotografía después de la muerte tiene una conexión fuerte con los ritos funerarios de muchas sociedades.

"Los profesionales que hacían este tipo de fotos eran los fotógrafos de pueblo, de ciudad, que hacían tanto la boda, el bautizo y los funerales, los ritos de paso", nos cuenta Virginia. Y continúa con su explicación sobre si había fotógrafos especializados en esta materia: "No podemos decir que había fotógrafos que solo hacían fotografía post-mortem exclusivamente, sino que tanto les llamaban para una cosa como para otra, pero ofrecían ese servicio. Había alguno que hacía más que otros y que estaban más familiarizados con este tipo de encargos".

El duelo, la imagen y el arte.

Explica la experta en Historia del Arte: "Incluso las fotografías no muertas o postmortem tienen un vínculo con el pasado y la posibilidad de traer a nuestra memoria algo que ya ha sucedido. Roland Barthes establece el principio teórico de la fotografía como algo que nos muestra o nos vuelve a la memoria porque ya no existe y lo único que nos queda es la imagen, por un lado, en la memoria, en nuestro recuerdo, y, por otro. lado, la fotografía, que era una técnica que en aquella época ya permitía grabar satisfactoriamente ese pasado".

"Los fotógrafos que han hecho este tipo de retratos han buscado, en todo caso, producir una imagen bella a pesar de las circunstancias. La escenografía o la preparación del cuerpo son para que todos lo puedan ver de la forma más bella posible a pesar de ese dolor. La fotografía contribuye también por sus artilugios, por sus posibilidades técnicas, a producir esa imagen bella para que cuando hagamos el duelo podamos ver algo que nos parezca, por ejemplo, la elevación del cuerpo de un niño como si estuviera ascendiendo a los cielos o una mujer joven rodeada de flores como una Ofelia. Sí se busca una cierta belleza en esas puestas en escena".

"Para unos padres que hacían el encargo de una fotografía de su hijo muerto en aquella época no había nada de insano. Aceptar la muerte de su propio hijo y querer guardar la imagen más bella posible de él, cuando nunca se había tenido una fotografía de él... Hay que pensar que en aquella época las familias no tenían fotografías de sus hijos, sobre todo de los niños. Todavía de las personas más mayores quizás, porque en algún momento a lo mejor se hizo un retrato familiar, pero en el caso de los niños no. El mayor dolor para unos padres es perder esa imagen del rostro del niño, no acordarse al cabo de diez años de qué cara tenía. El problema de nuestra memoria es que nos olvidamos con el tiempo de los detalles, de los rasgos... La fotografía contribuía a paliar ese defecto de nuestra memoria y hacer un culto a esa memoria, a ese ser querido. Y, sobre todo, no olvidarlo, que ese es el mayor dolor de cualquier persona que pierde a alguien".

Capturar el alma.

En el siglo XIX, se creía que las cámaras fotográficas, un invento reciente en ese momento, podían capturar el alma de las personas además de retratar su apariencia física. Esta creencia los llevó a tomar fotografías de fallecidos, especialmente niños, con el objetivo de proteger su alma al tomarlas. Era común maquillar y colocar al difunto en poses que simularan vida, por lo que muchas instantáneas pueden ser sensibles. Además, se colocaba a la familia alrededor del fallecido como si fuera un retrato típico.

Se realizan pocas horas después de la muerte, pero también existen ejemplares datados nueve días después del fallecimiento. Este género se hizo muy popular en aquellas sociedades entregadas al misticismo con fervor, y era habitual que los fotógrafos se especializaran en ella, recibiendo varios encargos el mismo día. Estos profesionales se volvían expertos a la hora de recrear unas situaciones, ya que se les otorgaba plena libertad debido al anhelo de tener un último recuerdo del ser querido. En Norteamérica y Europa fueron muchos los demandados en la materia, llegándose a encarecer el precio del trabajo por lo costoso de los desplazamientos y la urgencia.

En un principio se utilizaba la postura de dormido con la idea de reflejar el «eterno descanso», pero que se sustituyó por el acto de simular que estos estaban vivos. Se les abría los ojos, se les colocaba las cuencas y se les disponía en diferentes poses. Esto originó que los propios responsables aprendieran trucos de maquillaje, llegando a crear algunas sorprendentes instantáneas, mientras que en otras el patetismo inunda la escena. Además, al colocar la cámara a la altura del rostro, el daguerrotipo resultaba muy crudo por lo que se añadieron algunos complementos como flores, etc.

A pesar de que la fotografía de la familia después de la muerte ha sido considerada como morbosa e insana, todavía se realiza en situaciones excepcionales, como cuando se utilizan personajes relevantes como Franco o Juan Pablo II como prueba testimonial para la prensa. Además, en los Estados Unidos, los padres de recién nacidos están comenzando a utilizarlo como única forma de preservar sus recuerdos. Sin embargo, los fotógrafos atrevidos en este caso son solo voluntarios.

Fuentes:

Xataka, El Confidencial, Ser100, Rembao, El Expediente Oculto, History.