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"A la pelota hay que tratarla como a una mujer", y hace 25 años no ganamos nada

La pelota está del lado de las mujeres. Son las que luchan. Se cansaron de vivir en una sociedad que no sabe tratar ni a una pelota. Ahora las pelotas las tienen ellas.

"A la pelota hay que tratarla como a una mujer", y hace 25 años no ganamos nada

Cuando era niño jugaba a la pelota en el patio de mi casa. Me podía pasar horas pateando con mi hermano, con amigos o solo. Daba igual, estaba todo el día. La felicidad estaba (y sigue estando) radicada en el balón. No importaba nada, sólo tener una pelota para patear. A veces era de fútbol, alguna vez fue una pelota de medias, en el colegio llegamos a jugar con una pelota de yeso, en la calle una naranja o un limón. Cualquier cosa era una buena excusa para transformarla en una pelota.

“Los varones son más simples. Les das una pelota y se arreglan”, repetía mi vieja en charlas con las madres de mis compañeros de jardín, las del club de barrio o las de la primaria. El problema era cuando la pelota se pinchaba o se colgaba. El niño simple se volvía complicado, nada le venía bien.

“Tenés que jugar más despacio”, me decía mi vieja. “¿No escuchaste que a la pelota la tenés que tratar como a una mujer?”. La pregunta esa le servía siempre para cambiar de tema y distraerme del enojo que sentía porque no tenía más a mi juguete favorito. Ella me contaba que lo decía gente como Fontanarosa, o Cesar Luis Menotti.

Durante los 90 esa frase tenía cierta validez. La mujer todavía ocupaba el lugar de ama de casa; y, en el fútbol argentino, estaba haciendo sus últimas armas Diego Armando Maradona -época del “te lo juro por Dalma y Gianinna”.

El problema llegaba cuando el nene colgaba la pelota. Era lógico que eso suceda, y más si jugaba en el patio de su casa. Cada vez que se perdía la caprichosa, las palabras de su madre se le hacían presente: “Así no voy a conseguir nunca una novia”.
Otra era la historia cuando la pelota se colgaba jugando con el papá. Lo primero que hacía el adulto, casi como un acto reflejo, era gritar: “¡Señora!”. Y siempre acompañaba al grito con la misma historia que arrancaba más o menos así: “Aunque no lo creas, tu papá alguna vez fue chico también”. A eso le agregaba que en su infancia ellos podían jugar en la calle, la vida era diferente a la de ahora. Cuando colgaban la pelota le gritaban a las amas de casa para que les devuelva el juguete. Después de la historia íbamos juntos, padre e hijo, y le tocábamos timbre a la vecina. “¿Señora, me devuelve la pelota por favor?”. La vecina,con un claro gesto de fastidio en la cara, la devolvía.

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Todos tenemos algún pariente o amigo de la familia que está loco. Esas personas que se desviven para que el nene salga del club que ellos son hinchas y no el del padre. Bueno, en mi caso fue peor. Un tío era fanático del basquet, entonces para los cumpleaños y navidades siempre nos regalaba algo alusivo a ese deporte. Una musculosa, una gorrita, una pelota.

“La naranja es para vos que sos el mayor. La azul que es más chiquita es para tu hermanito”, dijo muy sonriente.

No recuerdo la cara que puso cuando vio que tiré al piso la pelota naranja y me puse a patearla, tampoco estoy muy seguro de qué hizo cuando le dije que me gustaba más la pelota de mi hermano porque era más liviana y se podía jugar al fútbol.

El tiempo pasó y se llevó la infancia consigo. La pubertad se hizo presente y con ella el crecimiento del cuerpo. Se me desarrolló el cuerpo, las hormonas hicieron efecto, aprendií que jugadores como el “Cholo” Simeone o el “Pupi” Zanetti tenían dos pelotas grandes como las de básquet entre las piernas.

Cuando jugábamos con mi hermano teníamos más de una pelota para jugar. Cuando se colgaba la de fútbol jugábamos con la chiquita de básquet, y cuando esa se colgaba usábamos la naranja que era más pesada. Siempre con los pies, y siempre con un mismo destino: la casa de la vecina. “¿Señora, me puede devolver las pelotas?”. “Nene, me tenés podrida con la pelota. Un día me voy a quedar con tus pelotas. Vas a ver”, repetía con cara de loca, y a mí me sonaba raro que la señora se iba a quedar con mis pelotas. ¿Para qué quería esa mujer los huevos del Cholo y del Pupi?

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A esa edad los varones aprendemos que el tamaño es muy importante. José Luis Chilavert, paraguayo, era el arquero que mejor le pegaba a la pelota en el fútbol argentino. Medía 1,88 centímetros y calzaba talle 38. Tenía un pie muy chiquito, tanto para su estatura como en comparación con el resto de los jugadores, que calzan entre el número 42 y el 44. Cada vez que se hablaba de la pegada del ex arquero de Velez los periodistas decían que “los jugadores con pie chico le pegan mejor a la pelota” por la manera en la que la podían impactar.
“Chila” tenía una frase célebre que la repetía mucho: “Tu no has ganado nada”.

Esa frase la aprendí en el Mundial 2002. El arquero guaraní estaba disputando su última copa del mundo. En ese año Argentina se quedó afuera en primera ronda. Mi viejo -a modo de broma o de descarga- le decía a la TV: “Tu tampoco has ganado nada, Chilavert”. Cuatro años más tarde, Mundial 2006, Argentina quedó afuera por penales con Alemania y los periodistas se preguntaban por qué habían pateado tan mal desde los 12 pasos. “Porque tienen el pie muy grande” era el pensamiento lógico que entraba en mi cabeza.

En 2010 otra vez nos eliminó Alemania, esta vez fue una goleada 4-0. “Los jugadores alemanes deben saber tratar a sus mujeres como realmente se lo merecen”, pensaba como adolescente. En la final de 2014 el consuelo ya no era con humor, la pelota no quiso entrar. Estuvimos muy cerca, como también lo estuvimos en la Copa América de 2007, la de 2015 y la de 2016. Siempre en la final, con chances claras para ganar, y la pelota no quería entrar. Los argentinos no sabemos tratar a las mujeres, ese es el problema.

El último título que consiguió el país a nivel selecciones fue en la Copa América de 1993, hace 25 años. Y hace 32 que no conseguimos una copa del mundo. El jueves 14 de junio comienza el mundial. Una nueva ilusión para el pueblo, una posibilidad de cambiar la historia. Nuestros representantes decidirán nuestro futuro, y el pueblo será testigo.

Las mujeres, que se han quedado en sus casas durante tantos años acumulando las pelotas que nosotros colgamos, son nuevamente las protagonistas. Ese día se votará en diputados -luego de una larga jornada el miércoles 13- la ley de la despenalización del aborto.

El Congreso está dividido, pero el clamor popular se hace sentir. La ley como está no va a ser aprobada. Pero -como en un partido de fútbol- se están haciendo tres modificaciones para que sea aprobada. Al igual que en el Mundial 2014 el pueblo estará en la calle. Todes unides bajo el mismo color. El uniforme no va a ser blanco y celeste. Será un pañuelo verde, que se está transformando el símbolo de lucha más importante de nuestro país en el siglo XXI.
A nadie le importa si Argentina sale campeón del mundo jugando lindo o si lo hace de suerte.

No importan los gustos, importa el título. La calle quiere la Copa, y también quiere un aborto legal, seguro y gratuito. Esta ley no obliga a nadie a abortar, como tampoco están obligados a festejar el mundial quienes no les interesa el fútbol. Si Argentina gana el mundial y hay personas que no se sienten representadas podrán elegir no festejar. Esta ley le da a las mujeres es la posibilidad de elegir. Quien desee abortar, lo hará; y, quien no lo desee, no lo hará.

La pelota está del lado de las mujeres. Son las que luchan. Se cansaron de vivir en una sociedad que no sabe tratar ni a una pelota. Ahora las pelotas las tienen ellas.Se cansaron de desprecios, malos tratos, violaciones y desigualdades. Mi vecina ya no tiene edad para tener hijos. Pero de todos modos camina por la calle con un pañuelo verde colgado de la cartera y va a las movilizaciones a favor de la despenalización del aborto. El 13 de junio se votará la ley que lleva consigo un cambio de paradigma, donde las mujeres tienen derechos y poderes similares al de los hombres. No te olvides que ese Mundial, es el Mundial de fútbol (masculino).